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Foto del escritorJúlia Peris

La represión emocional

Actualizado: 1 abr 2021

Desencadenantes y consecuencias



Aunque hoy no voy a hablaros de la vulnerabilidad, sí quiero utilizar este concepto como punto de partida. Cuando nos sentimos vulnerables somos conscientes de un malestar interno o de una herida emocional que creemos no ser capaces de manejar y que debemos esconder del mundo exterior. Aunque por supuesto esto no se cumple en todas las familias ni en todos los entornos educacionales, lo cierto es que gran parte de los mensajes ocultos que vamos recibiendo a lo largo de nuestra vida nos invitan a pensar que, antes de arriesgarnos a abrirnos y expresarnos y que nos rechacen por ello, es mejor curarse en salud y esconder nuestro mundo interno y todas aquellas emociones que tachamos de negativas o dolorosas para que el malestar no sea todavía mayor al recibir la respuesta del entorno (que anticipamos que será negativa o en algunos casos incluso catastrófica). Así, amoldamos nuestra expresión emocional a los cánones socialmente aceptados y, de esta manera, crecemos pensando que es mejor construir una máscara que proyecte fuerza, poder e inmutabilidad y dejar para la oscuridad de nuestra habitación todo aquello que pueda relacionarse con el concepto social existente de debilidad, fragilidad o insuficiencia. Sentir esa herida o esas emociones que tachamos de negativas o molestas nos hace sentir mal, incómodos y muchas veces termina generándonos una ansiedad que somatizamos de maneras muy poco funcionales.


Cuando hablo de esto me gusta utilizar una metáfora que leí en un libro de esos que hojeas rápidamente en la biblioteca y después pierdes de vista, y que venía a asemejar la inútil y dolorosa lucha que uno puede librar contra la expresión emocional con la que libra un globo que intenta con todas sus fuerzas quedarse sumergido en las profundidades del mar; llega un punto en el que la naturaleza del globo supera todos sus esfuerzos por mantenerse sumergido y termina saliendo a la superficie con más fuerza, de manera más descontrolada e irrefrenable y probablemente de manera poco satisfactoria para el globo, que por evitar salir termina saliendo con mayor potencia. Con esto quiero decirte que cuanto más intentamos encerrarnos en nosotros mismos y más emociones escondamos debajo de la alfombra, más nos pesará esa carga interna y menos capacidad de control tendremos sobre ella cuando cualquier estímulo externo apriete el botón que dispare todas esas emociones escondidas. Si dejamos a nuestras emociones de lado, les daremos el poder de ganar su propia voz y terminarán hablando a través de nuestras acciones y sin que podamos controlarlo (igual que el globo cuando termina cediendo y saliendo a la superficie).


Quiero hacer aquí un pequeño apunte sobre la naturaleza de las emociones. En Psicopedagogía de las emociones, Rafael Bisquerra nos cuenta que una emoción se activa a partir de un acontecimiento (que puede ser pasado o futuro, real o imaginario e interno o externo) que percibimos a través de nuestros sentidos (el tacto, de los tonos de voz, de los olores, etc.). Nosotros podemos percibir este estímulo de manera consciente o inconsciente, pero sea una opción u otra le atribuiremos una valoración, y según la valoración que le atribuyamos actuaremos (respuesta comportamental), pensaremos (respuesta cognitiva) y nos sentiremos (respuesta neurofisiológica) de una manera u otra. Así, según Rafael Bisquerra una emoción genera una respuesta con estos tres componentes, y esto apoya la afirmación de que todo acontecimiento conlleva una valoración y una emoción posterior que nos predispondrá a la acción.


Esto es importante para que te des cuenta de que todas aquellas emociones que reprimes cuentan también con esas tres respuestas, y que si bloqueas alguna de ellas o no la regulas adecuadamente lo más probable es que esa emocionalidad vaya acumulando fuerza hasta que otro estímulo la termine disparando de manera descontrolada. Experimentar y vivenciar las emociones es vital para ser capaces de regularlas de manera sana y satisfactoria para nosotros; así que, por mucho que las reprimamos, el cuerpo las sigue experimentando, solo frenamos su expresión “hacia fuera”, y el movimiento que inhibimos termina encauzándose hacia fuera a posteriori o hacia nuestro interior, muchas veces generando un nudo interno que puede llegar a afectarnos a la salud.


A veces podemos llegar a plantearnos si experimentar las emociones que tildamos de negativas o dolorosas (por eso que os comentaba de la valoración que le atribuimos), como por ej. la rabia, la ira, la tristeza o el miedo, no será peor incluso que reprimirlas y que luego exploten y salgan por algún otro derrotero, pero la respuesta es no. Todo aquello que vaya en contra de la vivencia de las emociones, del tránsito de toda la experiencia emocional, irá en contra de tu bienestar emocional y de la buena autogestión. Para que la tristeza se vaya debes haberla transitado, haberla conocido a fondo, sus causas, sus raíces, sus pensamientos asociados y los escenarios en los que aparece; esconderla o intentar enterrarla no hará que desaparezca, más bien todo lo contrario; irá cociéndose en tu interior hasta que implosione o su única forma de respirar sea atravesando sin miramientos las paredes de la caja en la que la has intentado guardar.


Efectos psicosomáticos de la represión emocional sobre el organismo

  • Contracciones y rigidez muscular: el estrés que genera el esfuerzo de la represión tiende a tensar los músculos, sobre todo los de la espalda y el cuello.

  • Migrañas: además de tensar los músculos de la espalda y el cuello, también se suele tensar el músculo corrugador, que se encuentra en la frente, y esta tensión termina generando migrañas o incluso dolores musculares en la mandíbula.

  • Problemas estomacales: este órgano está conectado con el conocido nervio vago, que es un centro emocional del cuerpo al que se le ha llegado a llamar “segundo cerebro”. Las emociones fuertes y las emociones reprimidas pueden llegar a provocar gases, estreñimiento, diarrea, vómitos y úlceras.

  • Acné: el aumento de la hormona del cortisol (aquella que genera estrés) y de la testosterona se relaciona con la aparición de acné.

  • Debilitación del sistema inmune: los aumentos del cortisol afectan también al sistema inmune, cuya respuesta pierde fuerza ante enfermedades e infecciones.

  • Mayor riesgo de diabetes o ataques al corazón: los altos niveles de cortisol y el estrés crónico están relacionados con estos dos problemas de salud.

  • Enfermedades hepáticas: una de las funciones del hígado es la desintoxicación, es decir, neutralizar microbios, venenos y toxinas; por tanto, cuando hay mucho estrés se genera una congestión en este órgano y esto afectará a su actividad y a la de otros órganos. A modo de curiosidad, Giovanni Macioccia nos dice en su libro Prácticas de la medicina china (2009) que la emoción que se ha relacionado más con los problemas de hígado es la ira, con todos los estados emocionales que conlleva o con los que se relaciona (resentimiento, frustración, indignación, rabia, enfados reprimidos, etc).


Quiero dedicar un espacio especial a la ansiedad, que es otra de las consecuencias que abarcan el plano mental, el emocional y el corporal de la represión de las emociones. Ésta puede ir surgiendo de manera paulatina, a modo de toque de atención para decirnos que hay algo que estamos desatendiendo, o de repente si la estimulación externa (o interna) aparece de golpe y en gran intensidad. Aunque hay muchas cosas que pueden generar ansiedad, una de ellas puede ser algo “tan sencillo” como un conflicto no resuelto, no afrontado o no asumido; los asuntos pendientes o aquellos ya gestionados pero con un resultado insatisfactorio para nosotros pueden generarnos respuestas psicosomáticas, y lo que en especial suele mantener estas respuestas es todo aquello que pensamos, nos decimos y nos repetimos sobre el asunto, pero también sobre ese “cómo deberíamos gestionar la situación”. Por ejemplo, si tenemos una conversación pendiente, quizá nos digamos que es mejor no tenerla por si el otro pudiera enfadarse al escuchar lo que pensamos, o porque en el fondo piensas que si vas y le expresas al otro que te has sentido desatendido emocionalmente o rechazado por alguna de sus palabras o actuaciones, pensará que eres un débil. Es por ello que es muy importante conocer qué creencias nos están empujando a actuar de la manera en que lo hacemos, ya sea tanto hacia la represión o hacia la expresión desmesurada y sin filtros. Como en este caso estamos hablando de represión emocional, algunas de las creencias que podrían esconderse detrás de ella podrían ser:


· Ya eres adulto, debes controlar tus emociones y si es necesario quedártelas para ti.

· Mostrar las emociones libremente es cosa de niños.

· Las celebraciones son con otros, pero las penas y las preocupaciones son para uno.

· Llorar es de débiles, y hacerlo en público de ridículos.

· Soy fuerte, debo aguantar.

· Nadie puede saber que en mi soledad me flaquean las fuerzas, debo mostrarme siempre fuerte.

· Si muestro mis emociones me tendrán menos respeto.


Muchas de estas creencias son construcciones sociales y culturales que no hemos tenido otro remedio que heredar y que, aunque cada uno con el paso del tiempo habrá elegido si guiarse más o menos por ellos, lamentablemente muchos todavía los tenemos instaurados en nuestra neurología desde bien pequeños, ya sea de manera consciente o no. Estas creencias nos han hecho creer que la expresión, el desahogo y la liberación emocional es de personas débiles, y que, como nos decía Raquel Lemos, quien llora es porque no sabe recurrir a otro tipo de estrategia y, por tanto, es demasiado débil.


Es importante que entendamos que la alternativa ante la experiencia emocional dolorosa, incómoda o insatisfactoria no es la represión, el sobrecontrol ni la invalidación, sino la expresión y la experimentación bien regulada de dichas emociones. Si te sientes triste, ¿por qué no expresarlo? Si estás enfadado, ¿por qué no comunicarlo? Aquí es muy importante el nexo que existe entre expresión y regulación; si expresas tu tristeza, tu frustración o tu enfado, no tiene por qué ser a llantos como ríos o ira descontrolada sin filtros y sin pensar en los demás (pues eso tampoco sería regulación); puedes escuchar a tus necesidades y a tus emociones, analizar las situaciones que te las generan y expresarlas de manera regulada, asertiva y respetuosa. Todas las emociones, aunque algunas de ellas puedan doler, tienen una intención positiva (si quieres más sobre ello te dejo aquí el link de un post en el que te hablo de ello).


La expresión de tus emociones evitará que se genere dentro de ti un carroussel emocional que ni tú podrás parar y que saldrá disparado con la misma velocidad y descontrol que lo haría ese globo hinchado luchando por quedarse sumergido en la profundidad del mar.


Como os dije cuando os hablé de hermetismo emocional, la represión emocional es también un aprendizaje, y, por tanto, es una forma de conducirnos por el mundo que podemos desaparender para aprender otras maneras de hacerlo más funcionales. Una de las maneras de empezar a desarmar las creencias que nos llevan a la represión emocional es empezar a tomar consciencia y a practicar la validación emocional tanto en nosotros mismos como en los demás.


La semana que viene te traeré un post entero sobre este concepto y esta forma de expresar, regular y gestionar las emociones. ¿Te apuntas?

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