EL EQUILIBRIO ENTRE EL SIEMPRE NO Y EL SIEMPRE SÍ
Laura lleva dos semanas esperando a que su jefe le dé el “ok” a un proyecto que ha preparado a lo largo de los últimos meses, pero cada vez que le pregunta si ya se lo ha revisado, éste le dice que no ha tenido tiempo. Esto le supone un retraso gigante en su planificación mensual y siente que no puede hacerle ver a su jefe la importancia e incluso la urgencia de su petición para poder avanzar. Sin embargo, un día a primera hora, por fin, su jefe la llama a su despacho y le dice lo siguiente: “Laura, tu propuesta me parece incompleta, no sé qué es, pero le falta algo. Deberíais revisarte mejor las cosas antes de entregármelas, mi tiempo vale oro”. Laura recoge su proyecto de la mesa de su jefe y, conteniendo las ganas de llorar, sale por la puerta tras de sí y vuelve a su despacho. Sentada ya en su mesa, empieza a sentir cómo las palabras de su jefe empiezan a tener un efecto en ella: se siente triste, humillada e incompetente por haber hecho las cosas mal, y sabe que debe reenfocarlo pero no sabe cómo, no sabe qué debe cambiar, porque no se ha atrevido a pedirle a su jefe que concretara más, que le explicara por qué su propuesta no era de su agrado. Por miedo a sentirse todavía más rechazada, e incluso por temor a parecer tonta por no ver sus propios errores, ha cogido el proyecto y se ha ido, y ahora está más perdida que nunca y solo quiere irse a su casa y salir de ahí.
Carlos, en una franja horaria bien distinta y al otro lado del planeta, está a punto de terminar su jornada laboral cuando su jefe le pide que vaya a su despacho. Al entrar ve encima de la mesa el proyecto que le presentó hace ya tres semanas y sobre el que había estado esperando recibir un feedback para poder presentarlo. Su jefe le pide que se siente y le dice: “Carlos, tu propuesta me parece incompleta, no sé qué es, pero le falta algo. Deberíais revisarte mejor las cosas antes de entregármelas, mi tiempo vale oro”. Carlos, en un ataque de rabia y de impotencia, le responde: “¿Tu tiempo vale oro? ¿Y mi tiempo qué es? ¿Basura? Llevo esperando tu respuesta tres semanas, ¡y lo único que tienes que decirme ahora es que le falta “algo” que no sabes que es! Qué soy, ¡¿adivino?!”. Carlos está perdiendo los nervios, su corporalidad es agresiva y también lo son su tono y sus gestos. Tras estallar en ira y reproches, se acerca a su jefe invadiendo demasiado su espacio y le dice: “No pienso cambiar ni una coma porque no tienes ni idea de lo que hablas. Si a ti no te gusta mi proyecto, me lo llevo a otra empresa que tenga a jefes competentes que sepan lo que es un buen proyecto”. Y tras decir esto, cierra la puerta de un portazo y abandona el despacho y el edificio. Esa misma tarde, Carlos es despedido de su empresa.
Bien, ¿qué te parecen ambas reacciones? Aunque haya sido en contextos y con actores distintos, ¿te has sentido identificado/a con alguno de nuestros dos protagonistas? ¿Crees que Carlos y Laura estarán satisfechos con sus reacciones al llegar a casa? Bueno, como estarás intuyendo, la respuesta será probablemente que no. Ambos, cada uno por sus propios motivos, llegarán a casa y se encontrarán en el salón, habiendo cogido ya distancia emocional y física de la situación vivida, sintiendo que el resultado de sus palabras (o de la falta de ellas) no ha sido el que querían. Laura se siente mal por no haber podido pedirle a su jefe que le concretara qué era lo que no le convencía de su proyecto y por no haberle hecho saber que su tiempo también era valioso, y que hubiera agradecido obtener su feedback con más tiempo porque ahora tiene que correr para llegar a tiempo. Carlos, por su parte, aunque en un primer momento siente que ha defendido su orgullo y su dignidad, se da cuenta de que sus formas y su reacción tan defensiva solo han hecho que llevarlo a una situación en que no tiene trabajo, el proyecto no sirve (porque estaba adaptado a esa empresa) y, encima, ha vuelto a perder su trabajo (puesto que esto ya le había sucedido antes). ¿Cómo le dirá a su mujer que lo han vuelto a despedir por perder las formas?
Seguramente coincidirás conmigo en que en ambas situaciones la reacción o posición adoptada por cada uno de los protagonistas no fue la más adaptativa, e incluso (al menos de manera consciente) ni tan siquiera la que hubieran deseado tener. Así pues, como ya intuirás, ni Carlos ni Laura siguieron un patrón de conducta asertivo. Pero… ¿qué es exactamente un patrón de conducta asertivo?
Según Castanyer y Ortega (2013), una persona asertiva…
Expresa que existe un problema cuando siente que lo hay.
Lo manifiesta en un tiempo lo más cercano posible a la situación desencadenante.
Expresa un razonamiento que explique su punto de vista en un conflicto (pero ¡cuidado!: en no más de una o dos frases; pues, si fuesen más, rozaría la justificación excesiva y eso ya no sería asertivo).
Comprende y respetar a la vez el punto de vista de la otra persona,
No busca ganar, sino llegar a un acuerdo.
Expresa peticiones sin ponerse en una posición sumisa (una petición abarca desde un aumento de sueldo hasta una petición de cambio de tono, por ejemplo).
Critica o supervisa, haciendo que la otra persona se sienta respetada.
Expresa emociones positivas (gratitud, empatía, cordialidad, autorrespeto).
Expresa emociones negativas (enfado, desacuerdo, frustración, dolor, etc.).
Dice “no” y pone límites.
Así pues, podemos afirmar que la asertividad es un estilo comunicativo (y recuerda que comunicamos con todo el cuerpo) y una habilidad social. Después de haber leído estas características, te habrás convencido definitivamente de que las conductas de Carlos y Laura no entrarían en esta categoría. En el contínuum de la asertividad podemos encontrar tres tipos de patrones de conducta más: el sumiso, el agresivo y el pasivo-agresivo. Con el simple nombre creo que ya podréis clasificar las conductas de Carlos y Laura, ¿verdad? Voy a daros alguna pincelada sobre estos dos patrones.
La persona agresiva tiene pensamientos dicotómicos (estás conmigo o contra mí) y tiene tendencia a pensar de la siguiente manera: “Yo tengo razón, y si no piensas como yo, no es que opines diferente, sino que vas en contra mía, y por ello debo defenderme”. Tiene una mirada increpante y un tono de voz y una postura poco titubeantes: buscan que su presencia hable por ellos y demuestre su seguridad en sus ideas y en sus convicciones.
Las personas sumisas, en cambio, tienen miedo al conflicto, y por ello no suelen dar sus opiniones; de hecho, hasta las menosprecian, puesto que se autoconvencen de que no son importantes y de que no merece la pena que las expresen. Su comunicación no verbal es más apagada, insegura y titubeante, puesto que buscan pasar desapercibidos. No obstante, a pesar de que no expresen sus opiniones ni sus quejas, sí las tienen, y usualmente se las guardan y les van hiriendo y quemando por dentro, hasta que de golpe estallan y, sin pasar por la asertividad, pasan al otro extremo del contínuum: la agresividad. En este caso, estarían siguiendo el patrón de conducta pasivo-agresivo. De tanto callar, terminan estallando de golpe, y si no obtienen la respuesta que esperaban, se reafirman en los típicos pensamientos de “¿Ves como no debo expresar mi opinión? Le ha sentado mal” o “Nada ha cambiado”, y vuelven a su estado de retraimiento.
Por tanto, como ves, asertividad no es solo “decir no”, puesto que probablemente el agresivo ya diga “no” muchas veces. Asertividad es saber decir no o decir sí cuando corresponda.
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