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Foto del escritorJúlia Peris

La importancia de marcarse objetivos

Todos necesitamos encontrar un sentido a las tareas que realizamos en el presente


Aunque la época en la que más predispuestos parecemos estar a plantearnos objetivos y nuevos propósitos es en los meses de diciembre y enero, lo cierto es que establecerlos es algo esencial durante todo el año para que nuestro movimiento y nuestras acciones no se detengan, para que no pierdan fuerza y no terminen en el cajón del olvido o de la procrastinación. Aunque no sea muy propensa a afirmar con esta rotundidad, en esto no tengo ninguna duda: las personas necesitamos encontrar un sentido a lo que hacemos para seguir movilizando nuestros recursos. Encontrar ese sentido nos servirá de gasolina en momentos en los que la necesidad de inmediatez se apodere de nosotros y nos frustremos al sentir que nuestros esfuerzos están cayendo en saco roto y que las esperadas recompensas no llegan. Todo esto puede ser síntoma de que el objetivo no está bien definido o no está bien desgranado en todos los pasos necesarios, pero vamos por partes.


No perder de vista el objetivo final que nos hemos propuesto y tener presente ese para qué hacemos lo que hacemos será un fuerte motor para nosotros. Sin embargo, aunque visualizar esa meta final sea la mejor gasolina, a veces podremos sentirnos abrumados por las grandes dimensiones que le atribuyamos o por dibujarla muy lejana respecto a nuestra situación actual, y eso puede hacernos perder fuerza por el camino. Aquí, justo en este punto, es donde entrarían en juego los hitos intermedios, esos pequeños pasos entre la realidad presente y ese futuro deseado que queremos y que nos darán ese extra de motivación en el camino para no darnos por vencidos. Estos hitos tienen otro gran beneficio, y es que nos permiten ir evaluando si vamos en la dirección que queremos para conseguir nuestro objetivo y si vamos a la velocidad y con la determinación y actitud deseada.


Fíjate que he dicho “en la dirección que queremos” y no en la dirección correcta o incorrecta, y eso lo he dicho porque es importantísimo que no perdamos de vista que los objetivos son nuestros, y por ser nuestros solo nosotros decidimos sus términos y condiciones, nosotros decidimos con qué queremos comprometernos y hasta dónde podemos, con las herramientas que tenemos en el momento, y queremos llegar; y esto conlleva una responsabilidad para con ellos y para con nosotros mismos. De aquí nace la importancia de que el objetivo sea algo que tú elijas y confecciones a tu medida, que no sea algo impuesto a la fuerza por otros y de que sea realista. ¿Cómo sabemos si es o no realista? Pues valorando si depende de nosotros y poniendo en un lado de la balanza esa meta que queremos conseguir y en el otro aquello que estamos dispuestos a dar y a invertir, ya sea a nivel de tiempo, energía o a nivel económico (según sea la naturaleza del objetivo). Si aquello que estamos dispuestos a dar e invertir (o podamos dar e invertir) es mucho menor que aquello que requerirá el objetivo, créeme, merece la pena revisarlo para evitarnos disgustos, gastos de energía innecesarios y frustraciones a posteriori. Además, aquí también entra un factor de sentido común: si nunca has escalado una montaña, subir al Everest dentro de tres meses no será un objetivo realista. Tu objetivo debe ser algo con lo que estés comprometida/o al 100%, con todas sus facetas, con todos sus beneficios y con todos sus costes.


Aunque los objetivos suelen relacionarse con el mundo empresarial, con la objetividad, con el empirismo, con los resultados puros y estadísticos, los objetivos son mucho más que eso y existen en todos los ámbitos vitales que puedas imaginarte. Hace unos días una amiga me hablaba de un cambio que quería para su propia vida y le pregunté que qué objetivo se había planteado y me respondió, literalmente: “¿objetivo? Eso lo dejo para el trabajo”. Ahí reflexioné sobre el poco hábito que tenemos de marcarnos objetivos en el día a día y en el ámbito personal (o en aspectos personales dentro del ámbito laboral, que al final todo es lo mismo y todo se mezcla); y es ahí donde muchas veces se pierden las buenas intenciones o se quedan a medio camino, ya que no cuentan con una brújula.


No se trata de que toooodo lo que hacemos deba estar circunscrito a un objetivo definido y consciente, pero si te haces la siguiente pregunta verás que todo lo que haces en tu día a día, hasta la acción más pequeña, tiene una finalidad: ¿para qué estoy haciendo esto? ¿Para qué salgo a pasear cada día? ¿Para qué necesito tumbarme en el sofá un rato cada día al llegar del trabajo? Todas nuestras acciones responden a necesidades y deseos que tenemos, sean más o menos conscientes; de lo que se trata es de hacer conscientes aquellas necesidades que por lo que sea en este momento se han engrandecido, y establecernos estos objetivos nos ayudará a darles más espacio y atención a través de la conciencia y del pase a la acción.


Aunque os he dicho que los objetivos no solo existen en el ámbito empresarial, es cierto que éste es un espacio en el que cobran especial relevancia. Si trabajamos para otros y nos exigen un gran esfuerzo o, más que grande, un esfuerzo constante, pero no sabemos para qué, no sabremos hacia dónde vamos. Por mucho que empecemos altamente motivados por un discurso empoderador de nuestro líder o empresa, terminaremos por decaer y rebajar nuestros niveles de compromiso con la tarea. Es absolutamente vital saber el para qué de lo que estamos haciendo y, sobre todo, si formamos parte de un equipo, saber cómo encaja nuestra tarea y esfuerzo en la movilización colectiva hacia ese objetivo.


Volviendo un poco al tema de los propósitos de año nuevo, ¿cuántas veces nos hemos planteado ir al gimnasio? Yo, al menos, millones. Los cambios de hábitos, el deseo de querer cambiar de estilo de vida o incluso la manera comunicarnos con nosotros mismos o con el entorno pueden transformarse en objetivos si se trabaja en ellos, y en ese trabajo podemos llegar a conectar con muchos de nuestros valores y deseos internos que a veces enterramos por la urgencia y las exigencias sociales, permitiéndonos llegar así a un autoconocimiento mucho mayor.


Aunque no voy a hablar aquí de las creencias, sin duda también juegan un papel vital. Suele hablarse mucho de creencias limitantes, pero también hay otras que nos movilizan para la acción, esas que nos ayudan a recrearnos en la abundancia de lo que ya somos y ya tenemos y que, sin duda, nos hacen sacar ese yo que es competente, que lo sabe y que lo utiliza en su favor. Ese yo somos nosotros en nuestra totalidad, pero a veces lo arrinconamos por esos miedos y esas inseguridades.


REQUISITOS PARA LA BUENA FORMULACIÓN DE UN OBJETIVO


Así que, para poder empezar a trabajar con buenos objetivos, quiero hablaros sobre qué hace que un objetivo esté bien formulado, sea operativo trabajar con él y nos movilice:


  • Lo más fácil para todos y donde suele ir nuestra mente al definir objetivos es a la negación del estado problemático; es decir, si yo quiero controlar mejor mi ira, probablemente diré “no volverme loca cada vez que discuto con alguien”, o si quiero dejar fumar diré “dejar de fumar”. Aquí entra una de los grandes misterios que esconde nuestra neurología, y es que el cerebro no procesa los “noes”, los “dejar de”, los “no quiero”. Y sí, voy a decirte el típico ejemplo de toda la vida de las formaciones: si te digo “no pienses en un elefante rosa”, sé que acabas de pensar en un elefante rosa. Así pues, es importantísimo formular los objetivos en positivo, ya que no es lo mismo buscar salud que huir de la enfermedad.

Por ejemplo, si digo que “quiero dejar de tener miedo a hablar ante muchas personas”, este no será un objetivo bien formulado, ya que mi atención irá a “tener miedo a hablar ante muchas personas”. Robert Dilts nos da varios trucos para contrarrestar esta tendencia a la negación del estado problemático y conseguir la formulación positiva

  • Definir el objetivo como la polaridad u opuesto a dicho estado: “Quiero sentir seguridad en mí mismo al hablar ante muchas personas”.

  • Buscar las características clave que definan la estructura del estado deseado. Estas cualidades pueden encontrarse en uno mismo o en referentes: “Quiero personificar cualidades tales como flexibilidad, congruencia (coherencia), integridad, etc., cuando esté hablando ante muchas personas”. Esto puede aportar mayor claridad a la comprensión de lo que se necesita.

  • Establecer un resultado generativo, que implica la extensión de cualidades ya existentes pero de las que “queremos más”: “quiero ganar más seguridad al hablar ante muchas personas”, “quiero ser más creativo”. Estas afirmaciones dan por sentado que la persona ya posee al menos una base de dichas cualidades pero quiere más.


  • Debe ser concreto, específico y estar enmarcado en un contexto. Si solo damos generaliza-ciones abstractas a neurología ésta no sabrá por dónde empezar: nuestro cerebro funciona con lo concreto. Pregúntate: ¿Dónde, cuándo y con quién quiero esto?

  • Su consecución debe depender de ti, debe estar en tus manos. No lo digo en un tono limitan-te, pero no debemos olvidar el componente de realismo tan esencial que debe poseer un objetivo. Por ejemplo, si tienes muchas discusiones con una persona y quieres hacer lo posible para que esa relación mejore, debes ser consciente de que aquello que podrás controlar serán tus palabras, tus actitudes y tus reacciones, pero no cómo se lo tome todo el otro, y querer incidir en eso será un gasto de energía inútil. Si hay partes de tu objetivo que no dependen completamente de ti, centra tu energía en aquél porcentaje que sí puedes controlar.

  • Sus avances y su consecución deben ser medibles a través de indicadores. Éstos pueden ser acciones realizadas o incluso factores más emocionales como, por ejemplo, cómo nos sentiremos a medida que vayamos avanzando. Establecer estos indicadores e irlos observando nos ayudará a ver si vamos acercándonos a nuestro objetivo. “¿De qué modo, específicamente, sabrás que has alcanzado tu objetivo?”, “¿Cuál será la prueba para ti y para mí de que te estarás acercando a ese estado deseado?”.

  • Debe ser ecológico: con ecología me refiero a que debe existir un equilibrio y un balance entre el coste y el beneficio que supondrá ir a por ese objetivo, porque, aunque sea pequeña, todo objetivo conlleva una renuncia. Por ejemplo, si quieres dedicar más tiempo a algo en concreto, deberás sacrificar tiempo que ahora estás dedicando a otra cosa. Si esa renuncia te compensa, adelante; si no, deberemos revisarlo, pues muchos objetivos terminan por abandonarse ya que en el fondo hay algo a lo que no queremos renunciar, y mi consejo es que todos los costes se pongan sobre la mesa desde el principio para decidir con consciencia y responsabilidad.

  • Debes quererlo de verdad. Debe motivarte lo suficiente como para que te merezca la pena todo el esfuerzo y la perseverancia que requerirá.

  • Cúrate en salud: Si hay beneficios en las actitudes o conductas que quieres cambiar (por ejemplo: fumar te hace sentir más relajado y te reduce la ansiedad) y no los intentas sustituir o reemplazar por otros, será muy complicado que mantengas la nueva conducta y lo más probable es que adoptes substitutos improvisados que puedan ser tanto o más problemáticos que el estado inicial (por ejemplo, comer en exceso). ¿Qué cosas positivas estás obteniendo de tu forma actual de actuar? ¿Cómo vas a mantenerlas en tu nuevo objetivo?

Para resumir un poco todo lo que he intentado transmitir aquí:


  1. Los objetivos son nuestros: adaptémoslos a nuestras circunstancias, herramientas y a aquello que estemos dispuestos a invertir en cuestión de tiempo, energía, etc.

  2. Los objetivos deben ser viables y “logrables” a nuestros ojos, y debemos creer firmemente en que podemos lograrlo.

  3. Desgranemos el objetivo final en metas intermedias que nos mantengan con la motiva-ción alta y nos permitan ir revisando si vamos por el buen camino y al ritmo que queremos.

  4. Para conseguir los cambios, movimientos o transformaciones que queremos, debemos tener claro lo que queremos conseguir, ese sentido y ese para qué haremos lo que haremos, y para ello necesitaremos, además de la exploración previa necesaria: consciencia, honestidad con uno mismo, confianza y acción. Ya lo dice la archirepetida frase que no por ello pierde valor: sin acción no hay movimiento. Pero esas acciones deben estar alinea-das con nuestro objetivo y con nuestros valores, si no, no nos llevarán donde queremos.

  5. De cara a pensar en formas de llegar a tu objetivo, sé creativo, innova, proponte cosas que no hayas probado ya y llegarás a lugares a los que antes no habías llegado.

  6. Por último, pero posiblemente de los puntos más importantes: CELEBRA TUS AVANCES; incluso, y sobre todo, los más pequeños.

Cuéntame, después de leer esto, ¿quieres reformular alguno de tus objetivos? ¡Ánimo!

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