top of page

Qué es la validación emocional

Y por qué es tan importante para tu bienestar



Quiero utilizar, a modo de introducción, el primer párrafo de mi anterior post sobre la represión emocional:


“Cuando nos sentimos vulnerables, somos conscientes de un malestar interno o de una herida emocional que creemos ser incapaces de manejar y que, por tanto, debemos esconder del mundo exterior. Aunque esto no se cumpla en todas las familias ni en todos los entornos educacionales, lo cierto es que gran parte de los mensajes ocultos que vamos recibiendo a lo largo de nuestra vida nos invitan a pensar que, antes de arriesgarnos a abrirnos y expresarnos y que nos rechacen por ello, es mejor curarse en salud y esconder nuestro mundo interno y todas aquellas emociones que tachamos de negativas o dolorosas para que el malestar no sea todavía mayor al recibir la respuesta del entorno (que anticipamos que será negativa o, en algunos casos, incluso catastrófica).


De esta manera, crecemos pensando que es mejor construir una máscara que proyecte fuerza, poder e inmutabilidad y dejar para la oscuridad de nuestra habitación todo aquello que pueda relacionarse con el concepto social existente de debilidad, fragilidad o insuficiencia. Sentir esa herida o esas emociones que tachamos de negativas o molestas nos hace sentir mal, nos hace sentir incómodos y muchas veces termina generándonos una ansiedad que somatizamos de maneras poco funcionales”.


Ya os hablé de la metáfora de la expresión emocional y el globo (te recuerdo que aquí tienes el link para leerla), y de que dejar nuestras emociones de lado o enterrarlas solo hará que éstas tomen su propia voz y hablen por nosotros, incluso a través de nuestras acciones; pues bien, quiero añadir otro dato: cuanto menos capaces de abrirnos a otros nos sintamos, menos posibilidades tendremos de entrar en contacto con experiencias humanas satisfactorias con otros; y es también en este contexto donde radica la gran importancia de la validación emocional. Déjame que te hable sobre ella para que puedas comprenderlo.


Estoy segura de que, alguna vez, al haber expresado cómo te sentías en alguna situación concreta y por algún motivo concreto, alguien te habrá dicho “bah, no te preocupes”, o “no exageres, ¡que no es para tanto!”, o incluso “no deberías sentirte así, no tiene sentido”. Ahora piensa: ¿cómo te han hecho sentir estas contestaciones? ¿Te has sentido acompañado, respetado y comprendido, o más bien juzgado, frustrado e invalidado? Desde luego, estos comentarios son formas bastante poco funcionales, contraproducentes y poco compasivas de juzgar, rechazar o negar nuestra emocionalidad (¡y estos comentarios vienen muchas veces de nuestro querido diálogo interior!).


Lo que nos despierta muchas veces este tipo de mensajes es la irrefrenable necesidad de ir a nuestra caja de recursos internos a encontrar esa herramienta maravillosa y 100% eficaz que nos ayude a cambiar aquello que sentimos de manera inmediata y sin dejar rastro alguno; queremos arrancar esa emoción que ha sido rechazada o invalidada por otros (o por nosotros mismos) y terminamos frustrándonos al ver que no podemos, que uno no deja de sentir algo solo por quererlo, y mucho menos si es una imposición que surge de un mecanismo de evitación que nos aparta del sano tránsito de esa emoción para comprenderla y contextualizarla y poder así gestionarla. Aunque la escondamos debajo de una alfombra o la encerremos en una caja para no sentir tanto su presencia o hacer ver que no está, su mensaje, los pensamientos asociados y las reacciones psicosomáticas que genere en nosotros seguirán latentes y, lamentablemente ,puede que incluso ante el más mínimo estímulo externo (o interno) puedan dispararse nuevamente y de forma más intensa y menos controlada que en un inicio.


Sin embargo, aunque no podamos hacer desaparecer nuestras emociones y olvidarnos de ellas para siempre, sí podemos hacer algo, y es elegir cómo responder ante ellas, pero para ello, como os decía, debemos conocerlas y transitarlas primero. Y para poder hacerlo puede ser de gran ayuda que integremos la siguiente afirmación: “todas las emociones son válidas y legítimas y tienen un sentido y una intención positiva”. Ya os hablaba sobre esto último en mi post sobre la intención positiva de las emociones, y no quisiera repetirme, pero es que… ¡es así! Todas las emociones son necesarias, incluso las que denominamos “negativas”, ya que éstas fueron absolutamente vitales y necesarias para la supervivencia y la evolución de nuestra especie; lo que pasa es que, de tanto denominarlas “negativas”, hemos interiorizado que son enemigas que debemos negar y combatir; hemos asumido que el miedo, la tristeza, la ira y el asco están aquí para dificultarnos la vida e impedirnos que lleguemos a nuestros objetivos. Y es esta valoración y esta valencia que les atribuimos lo que impide que las tratemos con mimo y que las veamos con los mismos ojos que vemos a, por ejemplo, la alegría, la gratitud o la esperanza. El matiz que las convierte o no en funcionales no es si nos son agradables o desagradables, sino el poder que les atribuimos y la respuesta que demos ante ellas. No olvidemos que el miedo nos ayuda a detectar peligros y amenazas del entorno y a actuar para protegernos, ¡y que también nos avisa de algo que no queremos perder o soltar! Pero si siempre nos dejamos llevar por él, viviremos paralizados y con miedo a pasar a la acción.


Para poder gestionar el miedo y que no nos ocurra esto, debemos primero escucharlo para ver qué mensaje nos trae, qué nos quiere decir; y eso implica la no evitación, el abrazar esa emoción y no rechazarla ni invalidarla, ni por supuesto dejar que otros la invaliden por nosotros. Cuando alguien nos dice “no te preocupes, que no es para tanto”, probablemente no lo haga con la intención de juzgarnos o de hacernos sentir mal; quizá solo quiera calmarnos, aliviarnos, o relativizar el problema ante nuestros ojos para que veamos que podemos sentirnos “un poco menos mal” de lo que nos estamos sintiendo. Sin embargo, aunque sus intenciones sean buenas, esto probablemente genere el efecto contrario, ya que al recibir dichos comentarios puede que nos sintamos incomprendidos, desplazados o, lo que es peor, como si estuviésemos equivocados por sentirnos como nos sentimos, y de esta manera solo se añade más peso y dolor a la batalla que la persona ya está librando internamente; a veces puede que incluso aparezca resentimiento en ella. Esto es lo que se denomina invalidación emocional, esa “no aceptación” implícita o explícita, consciente o inconsciente, de la experiencia emocional del otro.


Uno de los motivos que nos lleva a los seres humanos a caer tanto en la invalidación emocional es esa necesidad (a veces incluso ansiosa) de ayudar a los demás a sentirse bien, y eso no deja de ser, si lo miramos con honestidad y transparencia, una forma de sentirnos bien con nosotros mismos. La gestión emocional de cada uno es, ni más ni menos, responsabilidad de cada uno, pero nos duele y nos frustra no ser capaces de ayudar al otro a salir de una emocionalidad que valora como negativa o dolorosa, e intentamos de cualquier manera sacarlo de ahí, pensándonos que esa es la mejor forma de acompañarlos.


No toleramos bien que el otro se sienta triste, enfadado o mal en nuestra compañía, y a través de esa necesidad de sacarlo de ahí podemos hacerle creer que esas emociones que siente y expresa no son legítimas, que son erróneas, injustificadas e incomodantes para los demás.

Entonces, ¿qué es exactamente la validación emocional?


La validación emocional implica la transmisión o asunción en primera persona del derecho de cualquier ser humano a sentirse de la manera en que se siente y a expresarlo y comunicarlo libremente.

Validar implica ese acompañamiento emocional del otro o de uno mismo para permitir que esa emoción sea transitada, legitimizada, aceptada y, finalmente, gestionada. Esto no implica que estemos siempre de acuerdo con la reacción u opinión de todo el mundo, pero sí que nos interesemos, demos espacio y aceptemos aquello que siente la otra persona y aquello que está experimentando en su interior sin juzgarlo o intentar cambiarlo y haciéndole ver que tiene derecho a sentirlo y a expresarlo. Aunque quizá no estemos en sintonía con sus opiniones o emociones, que al menos perciban que les queremos comprender (porque hacerlo es importante para nosotros) y que les respetamos y aceptamos.


La validación es un proceso que se aprende, y una vez experimentemos e integremos esta aceptación nos será mucho más fácil practicarla con nuestro entorno y con nosotros mismos.


Es importante que comprendamos que cada respuesta emocional individual es un producto resultante de la confluencia entre la historial vital y el aprendizaje de cada uno y su propio contexto personal; por ello hay miles de formas de reaccionar y de responder distintas y por ello son tan válidas la alegría y la esperanza como la tristeza o la ira ante una misma situación.

Sin embargo, a pesar de no poder evitar que una emoción que nace de nuestro interior aflore para ser escuchada, lo que sí podemos controlar es qué hacemos con esa emoción. Debemos ser valientes y tomar consciencia de que somos nosotros los responsables de lo que hacemos con nuestras propias emociones para dejar de atribuir esa función a nuestro entorno, hecho que no deja de ser una forma más de esclavitud a la que voluntariamente nos sometemos por ser quizá la opción que menos nos incomoda o la que más autorresponsabilidad nos quita. Atribuir o esperar que el entorno cumpla con dicha función no es una opción autorresponsable ni funcional, pero es más fácil culpar a los demás de tu ira o de tu tristeza (y de su mantenimiento) que asumir que hacer algo con ellas depende de ti. Fíjate que te hablo de que te responsabilices y no de que te culpes, porque no hay nada malo en que te sientas como genuinamente te nace de dentro sentirte, ¡pero lo que hagas con ello ya sí depende de ti! Tu gestión y autonomía emocional está en tus manos, y tienes las herramientas necesarias para ello; solo debes confiar en tu abundancia y en el potencial in/explorado que hay en tu interior.


Lamentablemente, el aprendizaje referente a la gestión de las emociones sigue siendo una asignatura pendiente en el sistema educativo a nivel mundial, aunque por supuesto hay países y culturas en los que este aprendizaje esta mucho más integrado; desde pequeños no nos enseñan qué hacer con nuestras emociones, y en los peores casos lo que nos enseñan es que es mejor esconderlas, reprimirlas o hacer como si no estuvieran ahí (¡como si eso fuera posible!).


Así pues, esta gestión depende en gran medida de tu trabajo personal, y desde luego requiere de predisposición y entrenamiento, pero hacerlo puede que te traiga uno de los mayores regalos de la vida: la libertad y la autonomía emocional. El entrenamiento es necesario porque, si no interiorizamos la práctica de la validación de manera profunda, la invalidación podrá entreverse hasta en aspectos tan sutiles como una mirada, una justificación o un suspiro aparentemente inocente.


Es importante que integremos las perjudiciales consecuencias de la invalidación en el bienestar, y es que recibir tal mensaje podría generar en nosotros ansiedad, inseguridad, nerviosismo e irritabilidad y podría incluso llegar a sembrar en nuestra neurología la posibilidad de que no encajamos porque en nuestro interior hay algo que nos hace frágiles, impredecibles y poco fiables.

Estos efectos cobran especial relevancia en la infancia, etapa de desarrollo en la que la aceptación incondicional marcará la identificación, la experimentación, la expresión y la gestión de las emociones del niño (en definitiva, su exploración del mundo emocional) y, además, tendrá un papel fundamental en la construcción de su identidad y su autoestima. Pongamos un ejemplo: imagina que es una semana en medio del verano en la que han anunciado lluvia para toda la semana y tu hijo se pone a llorar porque no podrá ir al parque al salir del colegio; si lo que le dices es “no seas dramático, ya iremos la semana que viene o cuando pare de llover”, lo que tu hijo interiorizará es que su emoción es errónea, te incomoda y es exagerada, además de que lo que a él quiere no es importante. Si esta respuesta se repite varias veces en distintos contextos, posiblemente desarrolle problemas para relacionarse con la emoción de la tristeza o la de la impotencia y probablemente desarrolle conductas evitativas y/o sustitutorias (en cuyo caso cuando se sintiera triste lo sustituiría por ejemplo por ira). Si, al contrario, ante la situación del parque le respondes diciendo algo como “entiendo que te sientas triste por no poder ir al parque, sé que te gusta mucho y que es importante para ti”, aunque no puedas cambiar la lluvia, darás espacio a su emoción, él aprenderá a ponerle nombre y se sentirá aceptado, permitiéndose, con el tiempo, estar triste y relacionarse con esta emoción de una manera más sana y transparente, e incluso perderá el miedo a exteriorizarla.


Espero que tengas una idea más clara de lo que es y de lo que no es validación emocional y que te hayas dado cuenta de la importancia de incorporar esta práctica en tu día a día para contigo misma/o y para con los demás. ¡En el próximo post te traeré claves para ello!

66 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo
Publicar: Blog2_Post
bottom of page