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Foto del escritorJúlia Peris

¿A qué salvavidas te estás aferrando?

Actualizado: 10 oct 2020


Si hay algo que puede definir, al menos parcialmente, a la especie humana, es que ni nos gusta ni se nos da bien convivir con la incertidumbre. No nos gusta aquello desconocido, aquello que es cambiante y que no da garantías... Sin embargo, paradójicamente, nuestro mundo nunca había sido tan incierto. Muchos de nosotros ya conocemos el famoso acrónimo VUCA, que define nuestro entorno como volátil, incierto, complejo y ambiguo, pero este último giro sociosanitario que ha dado un vuelco a nuestras vidas ha acentuado todavía más la relevancia y el impacto de esos adjetivos.

A pesar de ser conocedores de todo esto, muchos de nosotros seguimos esperando que, en algún momento, por capricho divino o por testarudez propia, nuestro entorno se vuelva estable, certero, simple, claro y transparente… Es decir, todo lo contrario a lo que realmente es. Nos gustaría que el horizonte se tiñera de un color que nos permitiese, en un mundo ideal, predecir y controlar todas las variables y circunstancias que pudieran interferir en nuestro camino. ¿Cuál es el problema? A mi parecer, se trata de un error de conceptualización, de un error de atribución que forma parte del abecedario emocional y conceptual de muchos de nosotros: ¿por qué insistimos en defender (y promover) la idea de que los cambios y lo desconocido solo aparecen para truncar o dificultar la consecución de nuestros objetivos? ¿Por qué motivo nos tiembla el cuerpo ante la idea de cambiar de hábitos, cambiar de trabajo, hasta cambiar la marca de leche que compramos?


Después de mucha reflexión, he llegado a la conclusión de que, tras todas esas creencias, se esconde uno de los fantasmas más paralizantes (si no se gestiona bien, claro) de la especie humana: el miedo. Tenemos miedo a que esas incertezas, esos “nadie puede asegurarme que esto funcione” y esos cambios de rumbo que muchas veces nos vemos obligados a tomar (ya que de otra manera quizá nunca tomaríamos), se conviertan en amenazas para nuestra estabilidad y nuestras rutinas conocidas. Por encima de todo, tenemos miedo a que las consecuencias de esos cambios no sean las esperadas y se vea puesta en entredicho nuestra capacidad de gestión y adaptación. Si rascamos, veremos que, en el fondo, lo que no queremos es ver dañada nuestra autoestima ni nuestro autoconcepto. Pero quiero volver a plantearte la misma pregunta que antes… ¿Cómo sabes que esos cambios no te llevarán a un lugar más estimulante? O todavía mejor: ¿cómo sabes que, aunque te quedes en el mismo lugar, por el camino no habrás aprendido y potenciado cosas de ti mismo/a que te encantan y que ni conocías?


Evidentemente, no te hablo de saltar al mar sin haber sondeado las posibles alternativas u opciones del abanico, ni tampoco de actuar sin haber valorado los pros y los contras de cada una de ellas… Pero la reflexión y la toma de decisiones ya es una acción un sí misma que te acerca un paso más a ese algo que persigues. De lo que te hablo es de no quedarnos paralizados observando las bifurcaciones de caminos que se abren ante nosotros y dejando que el temor de las posibles cosas que intuimos que quizá podrían suceder no nos dejen avanzar.


Hoy en día, lamentablemente, el bienestar de muchos se ahoga en esa indecisión entre el luchar por mantenerse a flote en un entorno incierto (y aprovechar las oportunidades ofrecidas por los contratiempos) y el echar a nadar hacia el primer salvavidas que nos evite esa sensación de inseguridad y apabullamiento. De esta manera, ante los cambios (que podríamos decir que son la única constante que sí podemos predecir) muchos corremos a ciegas hacia la planificación, la organización de la realidad en parcelas estancas y seguras y hacia, al fin y al cabo, la sensación (y resalto sensación) de control. Es surrealista y extremamente paradójico cuánto puede llegar a agobiarnos el estar a cargo del control de ciertas situaciones y cuán estresados e inseguros podemos sentirnos también si de golpe lo perdemos. Pero ya lo apunta el dicho… “Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. Es decir, más vale quedarnos donde estamos, aunque no estemos del todo satisfechos o sepamos que podríamos emprender un camino hacia un mayor bienestar, que salir a explorar otras zonas extrañas que exijan coraje y adaptación pero que con esfuerzo podrían aportarnos esas mejoras que tanto deseamos (o que tan bien nos irían sin saberlo).


Pero esta predisposición a seguir guiones preestablecidos no ha nacido única y enteramente de nuestras entrañas, ya que, lamentablemente, hemos aprendido desde pequeños/as a programarnos para una serie de eventos que deben tener lugar en nuestras vidas, como podría ser la adquisición de un título universitario, la necesidad de encontrar un trabajo estable para sentirnos a salvo (y que, además, nos permita adquirir una casa propia), o incluso la obligación de convertirse en madre si eres mujer. Lo que sí nace de nuestras entrañas y es intrínseco al ser humano es nuestro derecho a elegir, nuestro derecho a elegir cuáles serán los caminos que querremos recorrer a lo largo de cada una de nuestras etapas vitales, y nuestro derecho a no seguir las huellas que, según nos han dicho, definen una vida como normal a ojos de cualquiera. Esta realidad psicológica subyacente y condicionante de muchas de nuestras decisiones nos lleva muchas veces a tener miedo a decidir y a ser dueños de nuestros pasos, que es de las pocas cosas que nos convierte en seres libres.



Pero, por favor, no te creas nada de lo que te acabo de decir. De hecho, deseo que este “nosotros” al que me refiero cuando hablo sobre cuán asustados nos sentimos ante el cambio y la incertidumbre tenga cada vez menos representantes y portavoces en nuestra sociedad y en nuestro mundo. Esta realidad sobre la que reflexiono aquí puede no ser la tuya… Así que no la asumas como propia, no te metas en el mismo saco que aquellos temerosos de ser responsables de su propia vida y de su propio futuro. El destino como lo conocemos no es más que una mera ilusión, lo que es real es tu capacidad y tu derecho a decidir, tu derecho a tomar tus propios caminos sin importar cuánto disten de la normalidad, y sobre todo tu derecho a ser feliz DE LA MANERA QUE TÚ ELIJAS. Demuestra(te) que tu músculo del coraje sigue activo, y que puedes entrenarlo hasta que sea más fuerte que los que has usado hasta ahora para huir hacia esos salvavidas ilusorios.

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