Estoy segura de que ya habrás reflexionado alguna vez sobre la rapidez con la que solemos forjarnos una idea de aquellas personas a las que acabamos de conocer. “Ui, no me mira demasiado a los ojos, seguro que está nervioso/a y que es super tímido/a” o “Tiene el ceño fruncido y la mirada fija… Seguro que es una persona seria y malhumorada”. Bien, pues la investigación nos dice que, con solo 7 segundos, nuestro cerebro ya ha emitido un juicio sobre la persona con la que estamos interactuando, y que los siguientes 23 son cruciales para o bien reforzar o bien redireccionar ese juicio emitido. Es decir, que esos 23 segundos restantes son, básicamente, la oportunidad que brindamos al otro (¡y que nos brindan!) para que nos demuestre que nuestra primera impresión ha sido errónea. Una vez pasados esos 30 segundos, necesitaremos de varias interacciones y de, probablemente, el establecimiento de una relación más cercana para deshacernos de esa primera impresión.
Para hacer esta primera interpretación y valoración del otro, más que en el contenido de lo que nos está diciendo, solemos fijarnos en su tono de voz, en su postura y en su forma de gestualizar, pero, sobre todo, solemos fijarnos en su mirada, en la forma de su cara y en sus facciones, es decir, en las pistas visuales que encontramos en su rostro y que nos generan una determinada impresión. A partir de esta primera impresión que nos forjamos, elaboramos una especie de teoría (que damos por válida sin ser conscientes) que condicionará nuestras futuras interacciones con esa persona.
¿QUÉ FACTORES NOS AYUDAN A FORJARNOS ESTAS PRIMERAS IMPRESIONES?
El instinto de supervivencia y la función adaptativa de estas las impresiones
Aunque te sientas mal por pensar que en solo 30 segundos estás emitiendo un juicio sobre otra persona y en cierta manera condenándola a llevar la etiqueta que le coloques durante algún tiempo, tranquilo, ¡no eres el/la único/a que lo hace! Lo hacemos todos los seres humanos, y esto es así porque nuestro cerebro está programado para que podamos llegar a una evaluación conclusiva respecto a todo aquello con lo que interactuamos, y que podamos llegar a ella en el menor tiempo y con la menor información posible. Se trataría, entonces, de un mecanismo que, sirviéndose de nuestro instinto de supervivencia característico, nos permitiría evaluar nuestro entorno para detectar amenazas potenciales y predisponernos a la acción en caso de necesidad, y esto es así porque nuestros predecesores no podían permitirse tomar una mala decisión ni perder un solo segundo en asegurarse de que la potencial amenaza realmente lo era, ya que esos segundos invertidos de más podían costarles la vida.
Así, esos 7 segundos nos servirían para detectar si existe una amenaza real o no a través de la observación de esas pistas visuales del rostro, que nuestro cerebro ya sabe que son las que expresan de manera más significativa las emociones que esté sintiendo la persona, y los 23 segundos restantes nos servirían para terminar de pulir esa primera impresión definiendo más la personalidad y el atractivo de la persona.
Por tanto, aunque nos cueste de aceptar, ya que el pre-juicio tiene una extendida connotación negativa, al emitir juicios inmediatos sobre alguien sin apenas conocerlo simplemente estamos actuando de manera natural al seguir este instinto inconsciente que hemos heredado de nuestra especie y que pretende señalarlos un atajo hacia la supervivencia. Sin embargo, no debemos conformarnos con ello y debemos recordarnos que las primeras impresiones son atribuciones rápidas e inconscientes de rasgos estables de la personalidad que se basan en a veces incluso microscópicos aspectos detectados e interpretados del otro, y que, aunque estas señales puedan desvelarnos pequeños detalles sobre la otra persona, son en realidad ambiguos y no siempre se corresponden con la realidad.
Existen otros tres elementos que pueden influir en su interpretación.
Nuestra memoria autobiográfica
Como te decía, nuestro cerebro no se sirve únicamente de este instinto primitivo para forjarse una primera impresión de las personas con las que nos relacionamos, aunque ese sea el referente durante esos primeros 7 segundos, pues también entra en escena otro aspecto: la categorización de la información percibida propia de nuestra memoria autobiográfica. Nuestro cerebro analiza la información que percibe, la categoriza y le atribuye una valencia positiva o negativa al compararla rápidamente con la información sobre otras personas o situaciones que hemos ido almacenando en nuestra memoria a lo largo de nuestras experiencias vividas. A través de ellas, incluso a través de la lectura de libros, de la visualización de películas o de escuchar relatos sobre experiencias ajenas, hemos ido generando una serie de etiquetas y categorías en nuestra mente sobre “los tipos” de persona en los que podemos clasificar al ser humano. Por ejemplo, todos nos hemos hecho una idea sobre cómo suele ir vestido o qué expresiones faciales suele tener una persona de negocios fría y orientada puramente al éxito y al poder. Aunque estas representaciones no sean del todo fieles a la realidad (pues suelen ser muy fijas y categóricas) y ni tan siquiera definan a la persona que tenemos delante, lo cierto es que las utilizamos de patrón para comparar y categorizar y, por supuesto, hacernos una primera idea de quién podemos tener delante.
Los estereotipos sociales
Otro aspecto que interviene son los estereotipos sociales, que corresponderían a esas atribuciones y representaciones prototípicas aceptadas que hemos ido forjando como sociedad a lo largo de la historia sobre determinados tipos de personas con cierto tipo de apariencia, conducta, costumbres o condiciones. De hecho, según la RAE, estereotipo significa “imagen o idea aceptada comúnmente por un grupo o sociedad con carácter inmutable”, y esa última parte es ante la que todos debemos rebelarnos, ya que, lamentablemente, los estereotipos conducen a asunciones sin fundamento, juicios y discriminaciones. Éstos también nos llevan a asumir que las personas, por pertenecer (según los cánones establecidos para esa etiqueta) a ese colectivo estereotipado, van a ser todas iguales y todas poseedoras de las características dictadas por el mismo. Esto hace que perdamos mucha riqueza en la observación e interacción con nuestro entorno, ya que vamos con ideas preconcebidas y asumiendo que no va a haber nada que contradiga nuestro pre-juicio, y ni tan siquiera nada complementario: esa persona se convierte en lo que su etiqueta dice de ella, y ya está. Los estereotipos nos hacen perder detalle, simplifican y reducen la riqueza de la personalidad de todas las personas a las que afectan, llevan a la percepción uniforme, y esto, a la par que nos pueda molestar de nosotros como especie, lamentablemente también nos tranquiliza. De nuevo, la categorización es un apoyo para la supervivencia.
Nuestra personalidad
El último aspecto que interviene es nuestra personalidad. Una vez hemos aceptado el aspecto hereditario de este instinto de supervivencia que nos lleva a esta primera valoración de nuestro entorno, debemos ser conscientes también de que en esta valoración de las pistas visuales del rostro y de la apariencia del otro intervienen aspectos enteramente subjetivos y propios de cada uno. Según nuestras experiencias pasadas y nuestra personalidad, algo que para algunos puede ser amenazante, para otros puede no serlo. A ver, una cosa es que alguien invada nuestro espacio, adopte una posición agresiva y nos alce la voz, en cuyo caso probablemente todos interpretaríamos esa conducta como amenazante, pero otra cosa bien distinta sería, por ejemplo, el cómo interpretaríamos que alguien mantuviera fija su mirada en nosotros mientras estamos manteniendo una conversación. Me explico: si eres una persona segura de sí misma, quizá veas a tu interlocutor como alguien que posee tu misma cualidad, alguien sereno que no duda de lo que está diciendo y que confía en sí mismo, y en este caso, por tanto, harías una valoración positiva de esa persona. Al contrario, si eres una persona más bien tímida o insegura, quizá veas a tu interlocutor como alguien intimidante y tu valoración no sea entonces tan positiva, aunque aquí de nuevo entraría en juego nuestro sistema de creencias y atribuciones irracionales.
Quiero contarte algo bastante curioso, y es que, cuando conocemos a alguien que posee características físicas parecidas a las de algún conocido nuestro, tenderemos a atribuirle algunas de sus cualidades, y si la persona a la que nos recuerda nos cae bien, las características que tenderemos a atribuirle serán más positivas y mostraremos hacia ella una actitud más abierta.
Como ya hemos hablado, y como es evidente, no solo eres tú, con nombre y apellidos, quien emite juicios a los pocos segundos de conocer a alguien: el resto de los seres humanos también emiten juicios sobre ti. Esto llevado a planos como el profesional puede ser un hecho extremamente determinante y decisivo en situaciones como, por ejemplo, una entrevista de trabajo, una presentación de un proyecto a un cliente importante, el éxito en una conferencia o en algo más simple como podría ser la gestión de una queja de un cliente enfadado. Según te perciban en esos primeros instantes, su predisposición a evaluarte de una manera u otra estará condicionada por esa primera impresión y, según lo claras o evidentes que hayan sido tus pistas, ésta será más o menos complicada de redireccionar o modificar.
¡Pero no te vayas con presión encima! Como siempre, existen ciertos tips en los que apoyarte para que tu interlocutor se forje una buena primera impresión sobre ti:
Mantén un contacto visual respetuoso mientras hables, escuches y respondas al otro. ¡No fuerces una mirada fija excesiva ni la dirijas al suelo cada dos por tres!
Mantén una postura erguida y relajada. No suele ayudar que estés recto como un palo ni encogido en ti mismo/a, muéstrate relajado, pero sin perder la erguidez.
Escucha y espera tu turno de palabra, ¡evita la interrupción!
Busca la naturalidad y sé auténtico/a, no intentes hablar ni actuar como si fueras otra persona, ya que la probable incoherencia entre tu forma de hablar, tu forma de moverte y tu forma de gestualizar te terminará delatando.
Sírvete de gestos abiertos, es decir, no cruces los brazos ni las piernas, todo esto te ayudará a parecer una persona más segura y abierta y te ayudará a su vez a relajar la postura.
Respeta el espacio físico de tu/s interlocutor/es. La invasión del espacio es uno de los factores más determinantes del tipo de primeras impresiones que nos forjaremos del otro. Como decía, habrá personas que tolerarán mejor o peor cierta cercanía, pero hay un mínimo de espacio que todos necesitamos que se respete, y más si todavía no existe ni relación ni confianza.
Por último… ¡Sonríe! La sonrisa es el lenguaje universal que rompe todas las barreras.
En caso de que estés en un contexto profesional y estés a punto de realizar una entrevista de trabajo, a punto de presentar un proyecto o a punto de realizar una conferencia, déjame añadir cuatro pequeños detalles:
ANTES de empezar, ¡respira! Respira hondo y libera tensiones, deja que los nervios se vayan y que tu rostro se relaje. Literalmente, cierra los ojos y permite que los músculos de la cara se destensen hasta que parezca que la piel se cae.
Aunque no sea algo referente a tu cuerpo ni a tu rostro, sí habla de tu actitud: supongo que no hace falta ni que te diga que debes ser puntual. Que alguien llegue tarde dispara los prejuicios de tal manera que deberás hacer maravillas con los 23 segundos de margen que te darán los cerebros de tus interlocutores.
Si tu interlocutor no inicia la conversación, ¡hazlo tú! No te quedes esperando a que se presente primero, toma la iniciativa si el contexto lo permite.
Usa un tono de voz claro y vocaliza y cuida el volumen de tu voz, que sea moderado.
Así pues, al conocer a alguien, primero lo observaremos y nos fijaremos en su rostro, después prestaremos atención a su tono de voz y a sus conductas verbales y, por último, y a diferencia de lo que muchos podríamos pensar, nos fijaremos en el contenido y en el significado de sus palabras. Conocer este mecanismo, a pesar de que sepamos que es en su mayoría inconsciente y automático, ya es un gran paso para que tomemos mayor consciencia y responsabilidad de nuestros juicios y de nuestras expresiones en esos primeros momentos, y quizá así adoptemos una actitud más abierta para hacer una valoración más neutra y flexible, al menos hasta conocer más a nuestro interlocutor.
Te dejo con el video "Snack Attack", un cort que representa a la perfección cuán equivocadas pueden estar algunas de nuestros primeros juicios y primeras impresiones.
Fuentes:
Redolar, D. et. Al. (2013) Neurociencia Cognitiva. Madrid: Editorial Médica Panamericana.
Коментарі